*Cuando des el primer paso te encandilará tanto color: las bolsas de caramelos y chocolates, ordenadas en estantes por cientos o quizá miles, brillan como supernovas
Aníbal Santiago
Ciudad de México (CDMX).- No hay certeza de que Willy Wonka se haya mudado a Xoco con su sombrero de copa ni que desparramara ahí su sabiduría chocolatera. Pero algo sí es seguro, en ese pueblo chilango de raíz prehispánica sería feliz: por esas callejuelas viaja un aroma a chocolate que se posa en tu nariz, acaricia tus narinas y envuelve amoroso el bulbo olfativo de tu cerebro como una droga psicodélica, solo que sin sus efectos nocivos.
Ocupante del mismo lugar de la Ciudad de México desde los señoriales años 50, es innecesario que ingreses a la mitológica fábrica de chocolates Laposse para sentir el olor adictivo del chocolate recién hecho. Basta con que camines en Avenida Cuauhtémoc -ya sea porque vas a la Cineteca o al Panteón de Xoco- y sentirás la fragancia de los granos de cacao tostados que poseen beta-ionona, núcleo oloroso de esa semilla.
Ni siquiera importa que en estos rumbos se mezclen los rasposos olores de la capital del país; lo vence sin misericordia el aroma delicioso que desprende la fábrica Laposse, unión de cacao, azúcar y manteca. Acaso, igual que los ratoncitos que seguían al Flautista de Hamelin tras su música mágica, tú persigas el olor dulce y termines bajo la fachada roja de la fábrica con grandes letras verdes que dicen “Laposse”. Quizá porque ahí se guarda con celo una receta secreta, un policía azul te detendrá en tu misión. “No puede pasar, jovencita, señor”, te advertirá, mirándote muy serio. Pero te va a invitar a que camines unos metros hasta la entrada de la vecina tienda Laposse, cuyo exterior tiene un aire de casa de Blanca Nieves: farolitos color esmeralda, estructura de ladrillos rojos y verdes toldos antiguos.
Cuando des el primer paso te encandilará tanto color: las bolsas de caramelos y chocolates, ordenadas en estantes por cientos o quizá miles, brillan como supernovas. Y hay tantas opciones que cuesta elegir. Vas a leer sobre los empaques -austeros y libres de marketing como si estuviéramos en 1942- leyendas tipo “trufas al licor”, “chocolate blanco con coco”, “caramelos ron con mantequilla”, “pasitas cubiertas con chocolate amargo”. Dulces y dulces, chocolates y chocolates por todos lados en viejos muebles de madera oscura que se multiplican como una lluvia estelar por los espejos enfrentados. Si te acercas al anaquel de mazapanes de nuez y alzas la mirada verás algo más, no comestible. Varias antiguas fotografías sepias: ahí está Giovanni Laposse, un confitero italiano nacido en el pueblo de Corio en 1879 que migró a México y fundó, en tiempos de don Porfirio, nada menos que la Pastelería El Globo. Inventó el exquisito garibaldi de chochitos blancos y otros manjares panaderos. Décadas después, en 1939, su hijo Alberto incursionó en el chocolate y el caramelo. Algo habrá hecho bien la familia Laposse para que su tradición calórica goce una vejez de magnífico vigor 84 años después, en días en que el bombardeo de las trasnacionales chocolateras es inclemente.
Para los pequeños hay un mercado propio: los chocolates “Ositos y Pollitos” con forma de esas especies animales, gotas de chocolate (Gocce) y granillo de chocolate para pasteles.
En mi humilde opinión de catador chocolatero, el rey es el ejemplar más simple: la gruesa barra de chocolate con leche (200 gramos), sin ningún añadido. Se va a derretir en tu boca como un tibio néctar divino cuyo placer luego se vuelve un masaje de mandíbula, cuello y espalda. Y hay algo más, único, fantástico: el mazapán de leche con almendra. Si nunca has probado leche en estado sólido, es tu oportunidad. Entre tus dientes el mazapán suena ¡crac! y vas degustando la almendra que tus muelas felices trituran. Será el bocado de leche más rico de tu vida y seguramente el único (yo meto los mazapanes al refri, y su sabor exquisito mejora en 56.7%).
La chocolatería Laposse no necesita mucho adorno: hay en la entrada un conejo de la suerte tamaño natural pintado de azul agua, una flor gigante y amarilla de plástico y además, algo profundo y escondido: un discreto cuadro que dice a la clientela “Chocolate doesn’t ask silly questions. Chocolate understands”. ¿Qué significa? Según filósofos del chocolate significa esto: el chocolate es un amigo comprensivo que no te hace preguntas incómodas; sólo te hace sentir bien. Tiene toda la razón: dime cuándo un chocolate te traicionó, cuándo te hizo sentir poca cosa. Nun-ca.
Todos lo sabemos: junto al perro, el chocolate es el mejor amigo del hombre y la mujer.